Casi casi somos l@s primer@s

Reconozco que tras el segundo “Lockdown” hice una lista de candidatas. Me salió bastante mal. Dije que se le daban mal las matemáticas, cuando ayer sacó un 8 y yo me quedé en 5,5. Luego puse a otra que también va a mi instituto y que para mí ya era la primera novia fijo desde hace años. Pero no. A lo largo de los años cambió a peor pero desde hace unos días está volviendo. Luego está una que sólo veo una vez a la semana, en teatro, y que probablemente también me tendrá en su lista, si las chicas tienen tales cosas, claro. Desde que la hice han pasado ya (vamos a ver...) siete meses y se han incorporado varias. 

Pero una cosa es la lista, que me avergüenza más que ninguna otra cosa y otra ella. Que no sólo es mi primera sino que somos un@ de l@s primer@s. Lamentablemente, esta circunstancia no facilita mas complica nuestra relación. Son las nueve y nueve de la noche, las ocho y ocho en Canarias y voy a empezar por el principio (este es el momento en el que puedes dejar de leer y hacer algo más práctico que enterarte de mis quejas).  

No sé cómo empezó todo. En todo caso tuvo que ser en mayo, después de las tres semanas de semipresencialidad porque ella estaba en el grupo A y yo en el B. La verdad, no lo recuerdo. Lo que si sé es que tuvimos que caer l@s dos con un tiro porque la comunicación y la defensa común funcionaron desde el principio. De hecho, la comunicación no sólo por medio de la palabra es extraordinariamente importante. Por lo menos lo ha sido y sigue siendo hoy. 

Nosotr@s nos entendemos muy bien. Tenemos nuestras señas. Por ejemplo, cuando alguien de los dos quiere estar un poco más segur@ de la relación tuerce un poco la cabeza hacia el o la otr@ (ya no funciona el truco del lenguaje inclusivo). No tenemos que mirarnos a los ojos, simplemente torcemos la cabeza unos grados. De esta manera no se entera el resto de la gente. Pero no siempre nos basta con esto, también, de cuando en cuando, nos miramos a los ojos, nos buscamos. Conocemos nuestr@s rutinas. 

En resumen, nos conocemos bien, siempre algo menos que nuestra familia. Pero hay un problema. El problema, principalmente, es la edad. Cómo dijo ella una vez: ¿Sabes cuántos años tengo? No me lo dijo a mí sino a la afirmación de que sería una de las primeras de la clase en perder la virginidad. Cuestión que se planteó, por cierto, en la clase de física y con el profesor riéndose. Pero ese es otro debate. El caso es que parece que somos demasiado jóvenes. Así que no nos atrevemos a casi nada. Ni tampoco queremos. Ni ella ni yo. Pero nos gusta querernos sin más. 

Llegados a este punto, me comprometo a explicar el problema en este mismo párrafo; son ya las nueve y 27, las ocho y 27 en Canarias. Ya lo apuntaba al principio: Hay otro. Otro, que además es mi amigo. Puede que yo le haya quitado el puesto y puede que no pero en todo caso lo reclamó. Hasta hace poco. Estalló una guerra entre nosotros cuando se enteró y eso que ya estábamos en octubre. Estuvo varias semanas intentándolo todo pero luego desistió, aunque todavía le veo bastante ansioso. Ahora está buscando a otra con el atractivo de tener (él) una relativamente alta reputación. Pero volvamos al tema, que se me está haciendo largo el párrafo. El problema es: ¿Qué hacer ahora que hemos ganado y consolidado nuestro amor? Por un lado, no queremos, no deberíamos y por otro sí, no sólo confiando en las hormonas sino por respeto al otro amigo que tengo, que preservó nuestro amor a sus amistades. Y, bueno, eso es todo. No hay más, eso es todo. Por lo menos todo lo que se me ocurrió escribir hoy, que otro día seguro que escribiré más.